Adiós aleteos
Tenías cabeza de pato, de eso estoy muy seguro, hacías "cuac, cuac" al andar y a veces batías las alas como queriendo asustarnos. Una vez alguien amenazó con aplastarte con un martillo de construcción, de esos bien grandes y pesados, alguien se cansó de tus graciosas maneras. Y un día simplemente dejamos de verte, ya no más "cuac, cuac" ni una sonrisa en nuestro pico favorito, pero hasta hoy te recordamos. Y lamentamos que no hayas podido saborear el suculento pato al limón que sirvieron el día que desapareciste; te habría gustado. Te extrañaremos. Decir adiós puede ser doloroso. No decirlo puede serlo aún más.