Estudiando para ser ninja
Abro los ojos, pero la oscuridad en la que me encuentro no cambia las cosas. ¿Dónde estoy y por qué tengo una pistola en la mano? Juego con las posibilidades, trato de recordar los eventos que me han traído aquí, a lo que parece ser un armario tan repleto de ropa que apenas puedo mantenerme de pie y evitar chocar con la puerta. Intento pensar, pero la persona que se encuentra a mi lado comienza a hablar, lo cual presenta nuevas preguntas. ¿Por qué no me sorprendió su presencia?
Lo primero que dice no suena muy coherente, pareciera que narra partes de su vida para tranquilizarme, para hacerme olvidar que estamos en quién sabe dónde haciendo quién sabe qué, pero en realidad es él quien busca calmarse. Luego pasa a repetir el plan. ¿Qué plan? Esperamos que Darusiel (¿qué clase de persona con un poco de respeto por sí misma puede llamarse Darusiel?) entre en la habitación, lo amenazo con la pistola mientras mi compañero lo ata a una silla, le sacamos la información por la que vinimos y le disparo en la frente. Simple.
De pronto, como si hubiese esperado que terminásemos de repasar lo planeado, la luz es encendida y la puerta se cierra. Un chico de no más de quince años camina por el cuarto con un maletín que pone sobre el sofá y del que extrae una computadora portatil, la cual prende. ¿Voy a matar a un niño? Mi compañero no dice nada, parece tan confundido como yo, pero aliviado de no ser él quien apretará el gatillo. Tremenda suerte la mía. Los minutos pasan, el adolescente sigue frente a la máquina, escribe algunas cosas, no muestra señal de habernos descubierto.
Entonces, sin esperar a decírmelo, mi compañero abre la puerta del armario y se tropieza con la ropa mientras intenta salir y aprovechar el elemento sorpresa. Sorpresa, idiota. Salgo junto a él, lo ayudo a levantarse, pero en ningún momento dejo de apuntar el arma hacia la cara del mocoso, odiándolo sin siquiera conocerlo, temiéndole sin saber por qué. La computadora cae al suelo mientras el chico atraviesa el cuarto esquivando cada una de mis balas. Diablos, o este niño es Superman o tengo una puntería de mierda. Pronto no queda nadie más en la habitación que mi compañero y yo, asustados, temblorosos e indecisos. Es en ese momento en el que recuerdo algo, una frase, algo que escuché en la televisión la noche anterior. "A estas alturas Albert Einstein ya hubiese conquistado el mundo". Seguramente.
Si sale en la televisión debe ser verdad.
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