Paranoia urbana


Tu corazón palpita desesperadamente recordándote dónde te encuentras y qué has ido a hacer ahí, un recordatorio adicional al cadáver del viejo que te observa con ojos asustados desde las escaleras hacia el segundo piso. Las llaves del auto, debajo del cuerpo, son engullidas por la sangre que se desliza en silencio y sin aparente descanso. Sabes que acercarte y cogerlas es cuestión de segundos, pero el líquido carmesí que adorna el suelo te traicionará si pones un solo pie sobre él, lo cual es inevitable, y el estar tan al tanto de esto no puede más que añadirse a la ya creciente frustración que te impide pensar claramente. Sin embargo, tal vez en un arranque ansioso por ver todo esto terminado, sales de la mesa sin considerar las consecuencias, resbalas con la sangre, te incorporás luego de un encuentro inapacible con el suelo, recoges las llaves, corres hacias las escaleras, llegas al segundo piso, sacas al bebé de la cuna y escapas. O lo intentas hasta encontrarte cara a cara con una bala bien intencionada. Esto de los secuestros definitivamente no es lo tuyo.

El plan no es lo que falla, sino su mala ejecución.

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