Crudo

El visitante llega sin ser invitado; llega a un lugar donde no lo quieren y que él mismo no deseaba encontrar. Ahí afuera, en las calles, se mezcla con el polvo y el silencio. No es más que una silueta sin nombre que lleva a cuestas mil miradas, el peso de un pueblo incisivo.

El visitante toca puertas que nadie abre, que nadie nunca abrirá. Lanza gritos que no suenan a nada, que se pierden con el viento. Corre por su vida, porque es lo único que le queda. Y nosotros miramos, desde adentro, cómo aparecen las bestias, cómo toman control.

El visitante siempre escapa, pero siempre con algo menos. Partes de sí mismo quedan atrás, quedan olvidadas, devoradas por la apatía. Regresa hacia el lugar de donde vino, porque siempre lo ha hecho, porque en sentido contrario no hay nada, al menos nada para él.

El visitante se ha ido, pero nosotros seguiremos aquí; expectantes, infalibles. Y hambrientos.

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