Mesa para cuatro

Ya llevaba media hora desencantado con la conversación que mantenían algunos de sus amigos, sentados alrededor de una de las mesas de la fiesta a la que habían ido. La música, en su mayoría canciones que le desagradaban, sonaba con demasiada fuerza, lo cual volvía todo intento de atender a lo que los demás hablaban virtualmente fallido. Por ello había dejado de intentar.

En un inicio se contentó con observar a las dos chicas que ocupaban su mesa, ambas tan feas que le era imposible no mirarlas. Esto le hizo pensar en una piscina vacía con baldosas de un color celeste en particular que le causaba náuseas, y en cómo de chico casi se ahogó tratando de aguantar la respiración por más tiempo del que era capaz. Luego se fijó en los dos amigos que lo acompañaban, empecinados en impresionar a las chicas feas, desesperados por conseguir siquiera un beso o de repente un par de toqueteos inapropiados. Creyó escucharlos mencionar algo sobre correr tabla, aunque pudo haber sido "comer caca". Conociéndolos, cualquiera de las dos opciones habría sido totalmente posible.

Dio un corto sorbo a su cerveza e imaginó qué podría estar haciendo en ese momento en lugar de pasar un mal rato en una fiesta a la que desde un principio no tuvo deseos de asistir. Pensó en un bar, una atmósfera similar pero menos movida, con música decente y alcohol de calidad. Pensó en un restaurante cualquiera, dispuesto a pagar lo que fuese por un suculento plato de ceviche y un vaso de leche de tigre que, siendo honesto, no tomaría. Pensó en la calle, la pista y los carros, en cómo le gustaría caminar los ocho kilómetros de vuelta a su casa, empapar la camisa de sudor y llegar con las piernas adoloridas. Esta, parecía, era la mejor opción.

Cerró los ojos por unos momentos, se alejó de la mesa, de las feas y de los desesperados, de la música y de la cerveza. Durante unos instantes pudo hacer a un lado todo esto, pudo olvidarse de dónde se encontraba y concentrarse por completo en esa larga caminata que con mayor fuerza lo llamaba a realizar, que estaba decidido a hacer una vez que abriese lo ojos. Y cuando por fin lo hizo, se vio a sí mismo tomar las últimas gotas de alcohol que reposaban en su vaso, levantarse y caminar hacia la salida. A mitad de camino, sin embargo, algo nuevo pasó por su mente que lo hizo preferir regresar. Tomó asiento y sonrío a los otros como el tonto que siempre fue. Minutos más tarde estuvo bailando con una de las dos chicas, la menos fea.


Un único pensamiento o idea será suficiente para destruir a un hombre.

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