Desde entonces no hay día que haya dejado de hacerlo
Revoltijo de imágenes simultáneas, sucesión de eventos sin cronología, una vida en un segundo en sólo una página, un cuerpo en diecisiete lugares diferentes al mismo tiempo; y decisiones, miles de ellas, vitales e intrascendentes.
En la puerta de un cuarto de hotel, con la llave equivocada, con dos maletas de más y una familia que no es la suya, que lo mira, que lo olisquea, que de manera crítica se queda mirándolo a la espera de una palabra, al menos una, que no llega y que difícilmente volverá a salir de su boca. Entra a la habitación, cierra la puerta tras de sí, lanza la llave sobre una de las camas, devuelve la mirada a los presentes y grita. Tan solo por unos segundos.
En ese preciso instante, cuatro puertas a la izquierda y dos pisos más arriba, toma asiento en el suelo, junto a la banda musical y algunos de los fanáticos. El humo que ocasionalmente sale de sus bocas y de los cigarrillos distorsiona sus rostros, los vuelve una masa gris entreverada, pero distingue las sonrisas, es lo único que logra notar. Él mismo fuma un poco, y poco después siente cómo el alma se le va escapando con cada bocanada. Sonríe.
Cerca de allí, un grupo de gente lo acompaña acostados todos sobre el extenso jardín. Uno lanza la pelota contra otro, quien a su vez intenta golpear a un tercero con ella. El último imita al anterior y pronto todos forman parte del juego. Excepto él, quien luego de recibir el balón lo lanza desinteresado y comienza a irse. Un viejo amigo, también parte del grupo, recibe la esfera y, lejos de querer prolongar el juego, se le acerca y lo derriba de un pelotazo a la cabeza. El mundo da vueltas y lo único que quiere es irse.
Ahora sobre la bicicleta, una niña y un niño siguiéndolo tratando de no quedarse atrás. Un salto por aquí, otro por allá; dobla en la esquina, tres cuadras después vuelve a doblar; aumenta la velocidad, esquiva un peatón y evade los insultos de otro; otra esquina, otra cuadra, más rápido, más arriesgado. Da la vuelta para asegurarse de que los ha perdido, pero ambos niños siguen detrás de él. Baja de la bicicleta y se entrega rendido.
En mitad de la carretera, un bar llamado 'La Parada' lo recibe con brazos abiertos. Lejos de casa, lejos de todo, un hombre que lo dobla en edad lo invita a su mesa, estrecha su mano y se presenta. El desconocido es como él, otro viajero que ha perdido de vista su destino por concentrarse de más en su andar, otro pedazo de roca en el camino. Entonces lo observa más detenidamente, lo reconoce, y coincide en que es como él, pero nunca será él. Se levanta, sale del bar y no vuelve a mirar atrás.
La chica sin rostro interrumpe el juego de cartas, lo toma del brazo y lo saca de allí con la excusa de querer hacerle una pequeña encuesta. Él la sigue confundido, observa el papel que lleva en las manos sin poder leer lo que lleva escrito, pero nota que es sólo una oración. Regresa la mirada a esa cara sin ojos, nariz o labios; ella también lo observa, no sabe cómo, pero lo sabe. Cansado de esperar que suceda algo, se inclina hacia ella lo más que puede y consigue oler el aroma de su cabello, y, en esos preciosos segundos en que su nariz asegura ser feliz, se vuelve a enamorar del pasado. El papel muy lejos de su cabeza.
Una vida no es suficiente; por eso existen los sueños.
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