Invisible a la vista (segunda parte)
Volví a verlo, esta vez en la playa, y recordé algunas de las cosas que había estado haciendo para recobrar la identidad que una vez perdió. Al comienzo no supe qué pensar, pues creía que no querría volver a ser él mismo y que por ello había apostado por conseguir una nueva persona. Pero tras meditarlo comprendí que ya no se trataba huir de sí mismo al vivir sin identidad, sino de volver a ser alguien, incluso si eso suponía regresar a ser lo que fue. Un año sin que el mundo lo reconociese o lo tomase en cuenta por más de unos segundos debe haber sido suficiente tormento.
Acudió a la casa de sus familiares en busca de una viejas videocintas en las que había sido grabado durante sus años de infancia. En ellas aparecía corriendo, saltando, jugando, gritando y llevando a cabo una serie de actividades comunes en cualquier niño de ocho años, pero para él era el material perfecto para hallarse, para analizar su comportamiento y rescatar su personalidad, su esencia. En las palabras pronunciadas, los gestos hechos y los actos realizados detectaba rasgos de lo que alguna vez fue, y de ellos se aferraba, de ellos pretendía armarse de vuelta.
Todo esto me hizo ver que su identidad no solo era desconocida por las personas en general, sino también por él mismo. Vivía en un cuerpo que le era ajeno y su comportamiento tendría que haber sido totalmente errático y desligado de consistencia, alguien diferente cada día, cada segundo. Y, sin embargo, un armatoste con características suficientemente cohesionadas, e insignificantes, como para saberse nadie en todo momento. Si alguna vez temió ser él mismo, no alcanzo a imaginar el terror que ahora le supone no ser alguien.
¿Soy lo que fui y lo que seré?
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