Corre, león

Dicen que la venganza es un sentimiento arrebatador, y aunque durante años pasé mi vida pensando que nunca lo sabría, temo que ahora entiendo a qué se referían.

En mis sueños suelo viajar a los lugares más increíbles, visito extraños lugares que difícilmente existirían en el mundo real y que por ello son tan únicos y maravillosos. Pues bien, me encontraba en uno de aquéllos, uno especialmente magnífico entre las montañas, en una amplia ladera cubierta por jardines muy verdes. La vista era perfecta, pues desde este punto era posible observar, a cientos de metros más abajo, la enorme extensión de un valle adornado por arboledas y ríos. Si la historia hubiese sido otra habría llamado a éste mi lugar favorito.

Aquí arriba me encontraba junto a unas veinte personas, todos desconocidos para el resto, acampábamos como parte de una excursión en la que nos habíamos inscrito, cada uno por un motivo diferente. La primera noche no hubo mucho contacto entre los asistentes, sólo algunos saludos de cortesía y quizás por ahí una pequeña conversación sin mayores consecuencias. Pero la segunda, tras un día entero de actividades grupales y competencias amigables, la atmósfera había sufrido un cambio bastante notorio, ahora nos encontrábamos reunidos alrededor de una fogata, cantando, bailando, hablando animadamente y compartiendo nuestro tiempo. Luego de dos noches muy similares, en las que era evidente la creciente confianza que iba habiendo entre todos, hubo una tercera que transformó nuestra estadía por completo.

Uno de nosotros había diseñado y construido una batería con latas vacías, platos de cartón, botellas y rocas, y había comenzado a tocar con la ayuda de unas ramas que partió de un árbol cercano. A él se le unieron el único que había llevado una guitarra acústica y una chica que cantaba con una voz estupenda. Fue un espectáculo divertido y muy necesario, pero no pareció haberle gustado a alguno de los otros asistentes, pues a la mañana siguiente la guitarra amaneció hecha añicos y la batería había perdido todos sus componentes. Los dueños de ambos instrumentos armaron un gran alboroto, preguntando de uno en uno por el responsable de tremendo acto, pero, como era de esperar, nadie dio la cara.

Las actividades de ese día se dieron como estaban planeadas, pero esta vez había una tensión muy fuerte presente, y lo que en un principio fueron competencias tranquilas y amistosas, ahora eran luchas de poder u oportunidades de avergonzar y someter a los menos aptos. Lo que comenzó como un viaje de búsqueda personal ahora se volvía un insoportable enfrentamiento entre seres humanos perdidos y abrumados por sentimientos que ni ellos mismos comprendían. Pero lo peor sucedió al caer el sol, cuando las cosas habían menguado en son de tregua tan solo para no pasar la noche con un ojo abierto.

Durante la tarde de ese día, el que había construido la batería se escabulló del campamento y consiguió bajar hasta el valle por un sendero oculto. Su intención inicial era huir de toda esta pesadilla, pero en un punto entre su escape y el momento en que llegó al valle, algo le hizo cambiar de opinión. Deambuló por las arboledas por unas horas hasta que encontró un animal que no creyó que hallaría en un lugar con aquél, pero que sería perfecto para la ejecución de su plan.

El majestuoso león dormitaba a la sombra de un gran olmo, pero una vez que sintió el olor del trasgresor se puso en pie de un salto y lo encaró con las fauces bien abiertas y amenazantes. El baterista le dirigió una mirada similar, le gruñó igualmente y hasta sacudió su cuerpo como si supiese comunicarse con la bestia, aunque no tenía idea de lo que estaba haciendo. Y apenas notó que el furioso animal daba el primer paso, dio media vuelta y comenzó a correr tan rápido como pudo, seguro de que la distancia que lo separaba del león se iba acortando con cada segundo, y que de no llegar de vuelta al campamento a tiempo, todo lo que había planeado habría sido en vano.

Y así fue como despertaron todos en medio de la noche, ante un grito de alarma que proclamaba el sorpresivo ataque del felino. Tanto el baterista recién llegado como el resto de participantes corrimos empapados de miedo por toda la ladera en busca de socorro en alguno de los árboles, seguros de que varios no se salvarían, y que sería este terrible desenlance lo que más recordaríamos de la excursión que tendría que haber resuelto nuestras vidas en lugar de dañarlas de tal manera. Mientras jadeaba despavorido y corría lejos de la bestia, no pude evitar sonreír al sentirme seguro de que, incluso si no lograba sobrevivir a este episodio, aquel que osó destruir mi batería sufriría un destino parecido.


Felicidad, entusiasmo, angustia, dolor; no importa cuál sea el sentimiento, siempre será compartido.

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