En retrospectiva
Nos has matado, Rodrigo Díaz, y al hacerlo has muerto con nosotros. Recuerdo sus palabras otra vez, como si dos días sin descanso no fuese suficiente para sentirme suficientemente culpable, o innecesariamente aterrado. He llegado a perdonarme a mí mismo el haberme presentado de esa manera, tras tantos años, pero me cuesta aceptar que haya habido alguna forma distinta de arreglar las cosas. Recuerdos sus palabras. Todavía tiemblo. Este hombre a quien nunca había visto me sujetó de ambos brazos con fuerza y, quizás, con desesperación. Su mirada atacó la mía y pronunció las palabras como cuchillos, palabras que me convirtieron en este saco de inseguridades, en este cuerpo que se esconde y espera los últimos días, si no momentos, de su corta vida. Me encontró fuera del auditorio, escapando, sangrando, patético yo. Tal vez debí haber hallado otro refugio, o tal vez nunca fue buena idea abalanzarme contra quien portaba la pistola, o tal vez mi plan estaba destinado al fracaso desde el minut...