Encandilamientos
El día que mi reloj decidió detenerse, todo en lo que alguna vez creí dejó de ser. Perdí los segundos, y con ellos la noción de mi lugar, del espacio que me contenía, y así fue que dejé de saber dónde y por qué estaba. Luego se esfumaron las personas y toda huella de coherencia; rostros sin rasgos, palabras de nadie y una extrema sensación de soledad. Finalmente me quedé en silencio, rodeado por el inmenso peso de la oscuridad y el desconcierto. Quise gritar, quise llorar, quise maldecir y caer en el estupor que de a pocos me envolvía, pero de un momento a otro un lejano llamado cautivó mi atención, y en un parpadear el mundo regresó a lo que una vez fue. El reloj volvía a andar, y a mí, como dormido, no me podía importar menos.
Me he enamorado del redescubrir cotidiano.
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