Jugando a ser valiente

Qué extraño placer al vernos jugar en casas abandonadas, en medio de esa silenciosa soledad nuestra, en espacios vacíos, viejos y sucios, rodeados por una oscuridad monótona que falla al intentar ahogarnos en ella. El juego es nuestro, y nuestro el deseo de imaginar misterios nuevos, el afán de descubrir pasadizos interminables con puertas que puedan llevarnos a una infinitud de lugares desconocidos y divertidos, sin importar cuánto miedo sintamos de dar la vuelta a cada esquina. Un agujero por ahí, una pequeña grieta por acá; un eco, a la distancia, alrededor; el polvo en los ojos; nuestros pasos apresurados; la elusiva salida; y un terror sin nombre. Ya a la deriva, ya sin ganas, ya no más. Y la oscuridad queda detrás.


Algunas cosas es mejor dejar sin perturbar.

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