Me perdí buscándote

Echo una mirada por la ventana del auto mientras aguardo la luz verde: dos chicos conversan fuera de una casa, un hombre lava su carro, una señora pasea a sus perros, los peatones cruzan la pista y los carros circulan ruidosamente. Pero en medio de la cotidianidad, avisto algo más, alguien camina de espaldas a mí meciendo el brazo con cada nuevo paso, totalmente ajeno al ajetreo de las calles. 

Ese preciso momento, esa escena tan específica, ese lugar, esa persona, ese andar y ese mecer me hacen dar cuenta, sin que exista espacio alguno para la duda, que algo me falta o que tengo mucho de algo más. Es difícil ponerlo en palabras, una idea tan esquiva, pero de atreverme a darle sentido diría que se trata de algo así: he tomado muy en serio mi vida, y al hacerlo la he malgastado.

Ese alguien soy yo, concluyo; el yo que pude ser; el yo que tomó decisiones diferentes, el yo que ahora deseo ser. Y aunque me esfuerzo por encontrar las ganas suficientes para abrir la puerta del carro y seguir su camino, aquéllas nunca llegan. Desde la ventana lo veo alejarse, hasta que la luz verde permite que avance, y así lo pierdo de vista finalmente, entre las bocinas y los autos que zumban al pasar; así me olvido de él. Y olvido, también, en dónde estoy y adónde voy.


Además de velocidad hace falta dirección.

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