Reacción alérgica

Esta mañana desperté listo para un gran nuevo día, decidido a darle una vuelta a la vida y quizás volver a regalar sonrisas, pero mi cuerpo tenía planes totalmente diferentes. Con los ojos bien abiertos y las ganas en la punta de la lengua, sólo podía mirar el techo de mi habitación, mi visión se limitaba a ese pedazo de concreto blanco que me devolvía un gesto de sorna, como si supiese más de lo que yo apenas podía imaginar. Intenté moverme y no pude, simplemente nada en mí funcionaba. Ya no tenía piernas ni brazos; mi pecho se inflaba con cada bocanada de aire, pero sentía que no estaba ahí; nada se movía.

Pasé cinco minutos o cinco horas en aquel estado, no lo sé ni realmente importa. El tiempo y el mundo estaban fuera de mi alcance; yo ya estaba a miles de años luz de distancia, atrapado en mi pequeña habitación, atrapado en un cuerpo lejos de mí. Quién sabe cuánto hubo de pasar para que comenzara a ver imágenes en ese techo burlón, tal vez alucinaciones, tal vez mis deseos, tal vez visiones del mundo que me había sido arrebatado. Vi tu historia, vi la de ellos y la de ellas, me vi, vi los posibles futuros de cada una de las decisiones que nunca tomé, vi las sonrisas que regalé y las que robé, vi alegría. Pero más que nada vi que no estaba aquí por pura suerte, sino por mi propia voluntad. Y entendí que nada sucede porque sí, que el techo bien podía ser un espejo.

Primero hice mías mis piernas; fue la parte más difícil, el primer paso. Congeladas o con un peso exorbitante sobre ellas se me hacía una tarea casi imposible mover siquiera uno de mis dedos, siquiera uno. Tras mucho esfuerzo y no con poca desesperación conseguí sentirlas otra vez, adoloridas pero mías. Pronto el resto fue mucho más fácil, fui recobrando las partes de mí mismo sobre las que no tenía control en un comienzo, hasta adquirir total poder sobre mí. Si bien estaba contento de estar completo, algo me hacía pensar que recuperarme había sido demasiado fácil, más fácil de lo que imaginaba.

Me levanté de la cama, y lo primero que noté al posar ambos pies sobre el suelo fue lo fría que se encontraba la alfombra. Pero no me detuve. Con dolor en mis extremidades bajas conseguí ponerme de pie y caminar hasta la puerta, pero fue en ese momento que comprendí que no había estado del todo equivocado al pensar cuán sencillo fue ser yo otra vez. O tal vez al pensarlo yo mismo ya estaba minando cualquier posibilidad de recuperarme. Si bien seguía de pie, mis piernas y brazos volvían a su antigua rigidez; los dedos de mis manos se contorsionaban y endurecían formando siniestras garras; un temblor recorrió mi cuerpo y me supe perdido nuevamente. Con la vista dirigida hacia la puerta y una mano agarrotada sobre su pomo, quedé mirando derrotado la única salida, y pensé: "Quizás, en el fondo, nunca quise salir de aquí".


Somos lo que decidimos ser y estamos donde nos llevan nuestras decisiones.

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