La niña en el cristal

¡Listo! Ahora imagina un espejo del tamaño que quieras, pero no más pequeño que tu cabeza. Se encuentra colgado en un pasadizo con paredes cremas, en una parte de tu casa que cruzas por lo menos siete u ocho veces al día, así que hay momentos de sobra para echarle al menos un vistazo. Apenas lo tengas en tu mente entenderás de qué va la cosa.

La tercera vez que vas por el pasadizo durante un día cualquiera te detienes frente al espejo y notas algo que no estaba ahí antes. Pero tras segundos de inspección comienzas a considerar la posibilidad de que sí lo haya estado y que, en todo caso, lo pasaste por alto cada vez anterior. Con la cabeza hecha un meollo decides prestarle atención finalmente.

Al inicio te divierte sus movimientos, los sigues como jugando, sonríes y aplaudes. Al rato, más relajado, te concentras en sus características, lo encuentras conocido en seguida, pero pronto pierde cualquier rastro de familiaridad. Ya aburrido y tú casi a punto de seguir tu camino, te preguntas cómo será la vida en ese otro lado. ¿Por qué seguir con la duda?

No pasa mucho tiempo hasta que te encuentras del otro lado y tu reflejo en donde tú comenzaste. Desencantada con lo que este nuevo lugar presenta, decides volver, pero ya no depende de ti. Ya no hay espejo, lo que antes era tuyo ahora no es más que una vaga imagen de lo que pudo haber sido, como tus recuerdos, como tus sueños. Y listo.


Hay quienes viven a través de ti, y quienes lo hacen por ti.

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